Tokio: Impresiones y Lugares Imprescindibles

 

Por fin llegamos a Tokio, sino fuera por el careto que llevo de no dormir en todo el vuelo estoy  tan feliz que podría brillar en la oscuridad, con 5 días  por delante (que al final fueron 6) para conocer la ciudad por la que he sentido más curiosidad en mi vida, pero también con un poco de miedo por cómo nos íbamos a desenvolver en esta megaurbe, más viajando con un bebé.

 

Aunque es una ciudad que agota, resulta fácil porque es segura, ordenada, cívica, todo fluye y tiene un sistema de transporte público super eficiente. Al revés de lo que esperábamos, solo hemos sentido aglomeraciones en horas punta que con los horarios de la niña no han sido tantas.

Primera toma de contacto con las calles de Tokio, esto promete…


Incluso diría que es silenciosa en la mayor parte de los lugares, no se oyen pitidos ni hay tráfico caótico, ni parece respirarse contaminación. Hay un evidente respeto  por el espacio público, las calles están siempre limpias aunque no hay papeleras, no se puede fumar al aire libre solo en zonas habilitadas para ello, pero paradógicamente sí en los restaurantes y en vagones concretos de los trenes.

 

No me quedaría a vivir en Tokio pero como viajera es una ciudad sin desperdicio. Muy gris en una primera impresión, no es monumental ni diría que es una ciudad bonita pero sus calles tienen tanto que ofrecer… su mayor aliciente está en la sorpresa, en la observación de los detalles, tantos que sería imposible enumerarlos.

En la variopinta marea humana, en sus looks imposibles, en el contraste entre lo tradicional y lo moderno, en que lo mismo puedes disfrutar del espectáculo visual de las luces de neón y los carteles coloridos que de templos y santuarios o de la belleza de sus parques. En la visión de la ciudad de noche desde alguno de sus miradores o en su mundo Kawaii (“cute” o lindo) que la hace tan infantil. En Tokio no hay lugar para el aburrimiento.

Intento asimilar todo con la mirada pero no puedo. Quiero meterme por todas las callejuelas y pararme a cada paso, farolillos, maquinas expendedoras de todo tipo de productos, “chinos” de varias plantas pero de cosas chulas, otras tiendas solo de cosméticos que no sabes para que son pero tú quieres la piel de las japonesas. Estridentes salas recreativas, cafeterías donde los clientes comparten mesa con un peluche, y un largo etc, pero vamos con un bebé/niña de 20 meses que debemos tener en cuenta.

Sólo para las pestañas!


Perderse por Tokio sin listado de “cosas que ver” es lo que a todos nos gustaría pero lo habitual es tener unos pocos días, así que mejor te cuento los lugares que yo elegiría si tuviera que priorizar:

No se puede dejar de ver el Templo Senso-ji en el barrio tradicional de Asakusa y su acceso principal Nakamise-dori, la calle comercial que llega hasta el templo, donde venden dulces típicos, souvenirs, artesanías japonesas. Muy enfocada al turista pero con mucho encanto a la japonesa.

Todo el mundo sabe que el paso de cebra más transitado del mundo está en Japón. Ahora además sabemos que está en el barrio de Shibuya y que el mejor sitio para disfrutarlo es el Starbucks de enfrente. Este barrio parece el centro neurálgico de Tokio, lleno de vida a todas horas, me fascina. No sabes ni dónde mirar, una explosión de luz y color, lleno de pantallas gigantes, centros comerciales, restaurantes, locales de entretenimiento y mucha gente joven.

Y para más contrastes está la zona de Harajuku, donde puedes pasar de la tranquilidad que se respira en el santuario Meiji y el frondoso bosque que lo envuelve al bullicio total de la popular Takesita Dori, una calle peatonal donde fliparás con los  looks de muchachada moderna y todo lo que venden en sus tiendas.

 
 

Si dispones de un domingo con buen tiempo, date una vuelta o llévate un picnic al parque Yoyogi, junto al santuario. Es el parque de esparcimiento favorito de los tokiotas y punto de encuentro de toda clase de tribus urbanas, o era, porque según dicen, ahora los famosos cosplayers se concentran más en Odaiba. A nosotros nos cayó el diluvió universal y no fuimos porque ya contábamos con que no habría ni Perry.

 

Sin salir del barrio de Harajuku puedes perder la cabeza en la tienda Kiddy Land, en la calle Omotesando. Una juguetería para niños y mayores, de varias plantas y con toda clase de artículos kawaii.

 

El barrio de Shinjuku es Tokio en estado puro. Los neones, las calles, las tiendas, el gentío, la vidilla durante las 24h y todo lo que te rodea te transporta a esa imagen futurista que todos tenemos de la capital nipona. La mejor zona para presenciar el espectáculo de luces de este enorme barrio son las calles y  la gran avenida comercial, Shinjuku Sanchome, cercanas a la estación de Shinjuku, por la salida este. En la zona de rascacielos, la oeste, podrás tener increíbles vistas gratuitas de la magnitud de esta ciudad desde el Mirador del edificio del Gobierno Metropolitano.

Odaiba es algo que sólo lo podían hacer bien los japos. En cualquier otro sitio, una isla artificial en plena Bahía de Tokio que imita las más típicas postales americanas habría quedado mal, aquí es algo que hay que visitar.

 

Una zona emblemática de Tokio es Akihabara, el barrio de la electrónica, la tecnología, los videojuegos, el manga y el anime. Tu nivel de frikismo condicionará el tiempo que le dediques, pero seas o no un apasionado de estas tematicas, Akihabara es un paso obligado para todo el que visite Tokio.

Otro mirador para alucinar con la vistas sobre Tokio, es el Tokyo City View de la Torre Mori en Roppongi. Si las condiciones climatológicas lo permiten podrás contemplarlo desde la terraza al aire libre. La pega es su precio, 1500 yenes (11€) porque incluye si o si la entrada al museo.

¿Te imaginas una tradicional casa de té junto a un lago de agua salada con un puente de madera que lo cruza y rodeado de rascacielos? por no hablar de las explanadas de césped que parecen campos de golf, el perfecto cuidado de las plantas y el modelado de los arboles como si fueran bonsáis. Todo esto está en el  Jardín Hama Rikyu, en la zona de Shiodome. Un lugar muy zen para escapar de la sobredosis cosmopilita.

Al final, me voy casi con la misma curiosidad que vine porque Tokio tiene demasiado que ofrecer para digerirlo en una única visita.

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