Sus ojos abrieron los mios

La ignorancia y la inconsciencia nos vuelve bastante irresponsables, pero esta circunstancia no es excusa para no rectificar y lograr recobrar el sentido común en algún momento de nuestra vida. En este caso la frase “Mas vale tarde que nunca” adquiere todo su significado.

Los amantes de los animales cometemos un gran error, nos gustan tanto que hacemos todo lo posible por interactuar con ellos, sin embargo, los animales necesitan su espacio y, en la mayoría de los casos, el humano no se encuentra dentro de él.
Muchos habitantes de los países que solemos visitar ven en el turismo una forma fácil de obtener ingresos, y la fascinación del viajero por el exotismo de su fauna es una de las actividades más rentables.
Murcielago preparado para la foto, Bali
A quién no le gusta tener como recuerdo una foto subido en un elefante en Tailandia, nadando con delfines, acariciando a un tigre o sujetando una serpiente en una paradisiaca playa de Sri Lanka. Para nosotros no es más que una simple propina por un gran recuerdo pero nos planteamos alguna vez el precio que tiene que pagar ese animal por formar parte del atrezo de la foto y lo que es peor, nos preguntamos por un instante como se consigue que un animal salvaje esté lo suficientemente tranquilo en nuestra presencia.

Mercado de aves en Yogyakarta


Quiero pensar que pocos nos hacemos estas preguntas porque estoy convencido que si así fuera, no fomentaríamos este tipo de prácticas y tampoco nos sentiríamos tan orgullosos de esa foto interactuando con cualquier bicho que compartimos en nuestro muro o en cualquier otro lugar.

Recuerdo perfectamente el día en que me hice estas preguntas. Fueron los ojos de un caballo los que abrieron los míos.
Estaba en Indonesia y me había levantado muy temprano para ver amanecer con el volcán Bromo de fondo, después un todoterreno me llevaría cerca de la falda de este volcán.
Volcan Bromo


Aluciné con las erupciones volcánicas iluminadas con los primeros rayos del día, se me disparó la adrenalina cuando iba a toda velocidad con el 4×4 por caminos imposibles y me marcó para siempre el sufrimiento que tenía que padecer el pobre caballo al que le tocó cargar conmigo por aquel desierto inundado de gases tóxicos. Yo estaba allí voluntariamente, incluso pagué por ello, pero ese animal no se había ofrecido a cargar con mis 80 kilazos por aquel páramo.

El objetivo final de esta actividad era asomarse al cráter. Para ello se realizaba una ascensión de unos 40 minutos a pie o a caballo, en ese primer instante me pareció buena idea hacerla a caballo pero no terminé subiendo a la cumbre, a cada paso que daba pensaba en ese animal extremadamente delgado, en las dificultades para respirar que estaría padeciendo y sobre todo, recordaba sus ojos tristes, llorosos e irritados. Mi obligación no era hacer cuatro fotos a la lava incandescente, tenía que bajar y ahorrar aunque fuesen unos minutos de ese sufrimiento.

Ese día recobré el sentido común y me di cuenta de que no puedo disfrutar a costa del sufrimiento de otro ser vivo.

Después de todo lo dicho, no quiero que me malinterpretéis, no todos los animales empleados en actividades turísticas están puteados. Podemos conocer la fauna a través de empresas responsables que verdaderamente ayudan a la supervivencia de las especies y mantenimiento del entorno. Este tipo de negocios son los que tenemos que fomentar, apoyar, utilizar y compartir. Si quieres asesoramiento al respecto puedes encontrarlo en la web de FAADA.

De igual manera estamos en la obligación de denunciar no solo aquellas  “empresas”  que no proporcionan a sus animales unas condiciones de vida adecuadas, sino también toda actividad turística que utiliza el castigo como método de adiestramiento y cualquier indicio de maltrato animal que detectemos en nuestros viajes.

Compartir

4 comentarios en «Sus ojos abrieron los mios»

Deja un comentario